Hay películas que llegan justo cuando necesitamos escuchar algo específico, y “Corina” es una de esas cintas. La ópera prima de Urzula Barba Hopfner llegó a las salas mexicanas como una bocanada de aire fresco, una historia que habla de miedos, de libros, de aventuras pequeñas pero transformadoras, y sobre todo, del valor que se necesita para salir de nuestra zona de confort.
UNA DIRECTORA QUE SABE DE NARRATIVA
Urzula Barba Hopfner no es precisamente una desconocida en el cine mexicano. Durante más de una década trabajó como editora en producciones como “Abel” (2010) y “El ladrón de perros” (2024), aprendiendo el arte de contar historias desde la sala de montaje. Esa experiencia se nota en cada frame de “Corina”, su debut directorial que tardó más de nueve años en concretarse. El proyecto, que coescribió junto a Samuel Sosa, muestra la madurez narrativa de alguien que entiende perfectamente el ritmo cinematográfico.		
La película se filmó íntegramente en Guadalajara, Jalisco, y desde su estreno mundial en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara en junio de 2024, donde se llevó el premio Hecho en Jalisco, ha cosechado reconocimientos importantes. Las nueve nominaciones al Ariel 2025, incluyendo Mejor Actriz y Mejor Dirección, confirman que estamos ante una de las propuestas más sólidas del cine mexicano reciente.

LA HISTORIA DE UNA JOVEN QUE VIVE ENTRE LIBROS
Corina es una joven de 28 años que sufre agorafobia desde la infancia debido a un evento traumático. Su mundo se limita a su casa y a la editorial del barrio donde trabaja como correctora de estilo. Es meticulosa, talentosa, pero vive encerrada en una burbuja de seguridad que le permite funcionar sin enfrentar sus miedos. Todo cambia cuando comete un error grave que compromete la saga más exitosa de la editorial: debe encontrar a un escritor misterioso para salvar tanto su trabajo como la empresa.
Es aquí donde aparece Carlos, interpretado por Cristo Fernández, quien se convierte en su guía reluctante en una aventura que la obligará a cruzar fronteras físicas y emocionales. La premisa suena sencilla, pero Barba Hopfner construye sobre ella una fábula contemporánea que explora temas profundos sin caer en la solemnidad.
ACTUACIONES QUE CONMUEVEN SIN SOBREACTUAR
Naian González Norvind entrega una actuación extraordinaria como Corina. Logra transmitir la vulnerabilidad y la fortaleza interior del personaje sin caer en estereotipos sobre la salud mental. Su interpretación es sutil, llena de matices que van desde la ansiedad paralizante hasta pequeños momentos de valentía que se sienten genuinos.

Cristo Fernández como Carlos aporta el equilibrio perfecto entre humor y sensibilidad. Su personaje podría haber caído fácilmente en el cliché del “salvador”, pero el guión y su interpretación lo convierten en alguien igualmente vulnerable y necesitado de crecimiento. La química entre ambos protagonistas es natural, construyendo una relación que se siente orgánica en su desarrollo.
El reparto de apoyo, que incluye a Mariana Giménez, Laura de Ita, Ariana Candela y Carolina Politi, aporta capas de humanidad a la historia. Cada personaje secundario se siente como una persona real con sus propias motivaciones, no simplemente como dispositivos narrativos.
TÉCNICA AL SERVICIO DE LA EMOCIÓN
Visualmente, “Corina” es una película que abraza la calidez. La fotografía de Gerardo Guerra captura Guadalajara con una paleta de colores que va desde los tonos acogedores del encierro doméstico hasta la luminosidad del mundo exterior que Corina va descubriendo gradualmente. No es una cinematografía que busque impresionar con tomas espectaculares, sino que está completamente al servicio de la narrativa emocional.
La edición de José Villalobos, con Barba Hopfner también participando en este departamento, mantiene un ritmo que respeta los tiempos internos del personaje. La película no tiene prisa por llegar a ningún lado, permitiendo que cada momento de crecimiento se sienta ganado y no forzado.
COMPARACIONES INEVITABLES Y DIFERENCIAS NOTABLES
Es imposible no pensar en “Amélie” de Jean-Pierre Jeunet cuando se ve “Corina”. Ambas películas comparten protagonistas introvertidas, una estética cálida y una estructura de fábula moderna. Sin embargo, la película de Barba Hopfner tiene su propia personalidad, más enfocada en temas de salud mental y menos en el romanticismo whimsical del filme francés.
En el contexto del cine mexicano contemporáneo, “Corina” se aleja de la tendencia hacia narrativas más oscuras o socialmente críticas que hemos visto en películas como “Sin señas particulares” o “Nuevo orden”. En cambio, se alinea más con propuestas como “Ya no estoy aquí” en su capacidad de encontrar belleza en historias aparentemente pequeñas, aunque con un tono completamente diferente.
La película también dialoga con el cine de Alonso Ruizpalacios en su tratamiento del humor y la urbanidad mexicana, pero mientras que Ruizpalacios tiende hacia lo intelectual y meta-cinematográfico, Barba Hopfner mantiene los pies en el suelo emocional de sus personajes.

UN MENSAJE DE ESPERANZA BIEN CONSTRUIDO
Lo que más impresiona de “Corina” es cómo maneja sus temas sin caer en simplificaciones. La agorafobia de la protagonista no es algo que se “cure” mágicamente con amor o aventuras, sino una condición que aprende a manejar gradualmente. La película entiende que el crecimiento personal es un proceso lento, lleno de retrocesos y pequeñas victorias.
El amor por la literatura que permea toda la narrativa nunca se siente pretencioso. Los libros en “Corina” no son símbolos grandilocuentes de cultura, sino refugios emocionales genuinos, herramientas de supervivencia y puentes hacia el mundo exterior. Esta representación honesta de la relación entre lectores y textos es uno de los aciertos más grandes de la película.
“Corina” no es una película perfecta. Algunos espectadores pueden encontrar que el ritmo es demasiado pausado, especialmente en su primer acto. La construcción del mundo editorial también se siente ocasionalmente poco desarrollada, y ciertos giros de la trama se resuelven de manera un tanto conveniente.
Sin embargo, estos son defectos menores en una propuesta que logra lo más difícil: crear empatía genuina con sus personajes y entregar un mensaje de esperanza sin ser condescendiente. La película nunca minimiza los miedos de Corina, pero tampoco los presenta como insuperables.

RECONOCIMIENTO BIEN MERECIDO
La respuesta crítica hacia “Corina” ha sido abrumadoramente positiva. La prensa especializada mexicana ha elogiado tanto las actuaciones como la dirección, y su paso por festivales internacionales como South by Southwest, Tallinn Black Nights y Miami ha consolidado su reputación más allá de nuestras fronteras.
“Corina” llega en un momento en que el cine mexicano está explorando nuevas formas de contar historias universales desde perspectivas locales. Es una película que celebra la literatura, la amistad, el crecimiento personal y, sobre todo, la idea de que nunca es demasiado tarde para empezar a vivir la vida que realmente queremos. Es el tipo de película que el cine mexicano necesita: historias que hablan de nosotros mismos sin necesidad de grandes tragedias o denuncias sociales, simplemente desde la honestidad emocional de personajes en los que podemos reconocernos.
Con sus 96 minutos de duración, “Corina” es una experiencia cinematográfica que invita a la reflexión sin resultar pesada, que entretiene sin ser superficial, y que, al final, nos deja con la sensación reconfortante de haber pasado tiempo con personas que realmente importan.