F1: Un Milagro Visual con un Motor Predecible

Cuando supe que Joseph Kosinski, el hombre que nos hizo sentir la fuerza G en cada butaca con Top Gun: Maverick, dirigiría una película de Fórmula 1 con Brad Pitt, mi reacción fue una mezcla de euforia y un cauto escepticismo. Euforia, porque la promesa de aplicar esa misma obsesión por el realismo al deporte más rápido del planeta era simplemente irresistible. Escepticismo, porque las películas de carreras a menudo caen en las mismas curvas dramáticas. Ahora, con el rugido de los motores todavía resonando en mis oídos, puedo decir que ambas sensaciones estaban justificadas.

F1 es un logro técnico tan monumental que redefine lo que creíamos posible en el cine de acción. Es una experiencia visceral, un asalto a los sentidos que te coloca dentro del casco de un piloto de una forma que ni Rush ni Grand Prix soñaron. Pero, y este es el “pero” que me divide por dentro, no puedo evitar sentir que su revolucionaria carrocería visual envuelve un motor narrativo que hemos visto antes. Es una película en una extraña carrera consigo misma: una proeza de la ingeniería cinematográfica contra la seguridad de un guion de manual.

 

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UN ESPECTÁCULO TÉCNICO QUE REESCRIBE LAS REGLAS DEL JUEGO

Seamos claros: lo que Kosinski y su director de fotografía, Claudio Miranda, han logrado aquí es sencillamente alucinante. Olvídate de los efectos digitales y las pantallas verdes. Gracias a una colaboración sin precedentes con la F1 y los equipos reales, y al desarrollo de cámaras especializadas que caben en el reducido espacio de un monoplaza, la película alcanza un nivel de autenticidad nunca antes visto. Las secuencias en pista, filmadas durante fines de semana de Gran Premio reales, no se sienten como una recreación; se sienten como un documental filmado desde el futuro.

El diseño de sonido es tan protagonista como la imagen. Escuchas cada cambio de marcha, sientes la vibración del asfalto y casi puedes oler el caucho quemado. Kosinski no te muestra una carrera, te sumerge en ella. Te coloca en el asiento del piloto y te obliga a tomar decisiones en una fracción de segundo a 300 km/h. Es una proeza que solo puede ser apreciada en la pantalla más grande y con el sonido más potente posible. Este es el nuevo estándar de oro para cualquier película que se atreva a poner un coche de carreras en pantalla.

 

UN MOTOR IMPRESIONANTE EN UN CHASÍS DEMASIADO FAMILIAR

Aquí es donde mi admiración choca con una ligera decepción. La historia sigue a Sonny Hayes (Brad Pitt), un piloto prodigio de los 90 cuya carrera terminó abruptamente tras un terrible accidente. Treinta años después, es reclutado por su antiguo compañero y ahora dueño de equipo, Ruben Cervantes (Javier Bardem), para volver a la F1, mentorizar al joven y talentoso pero arrogante Joshua Pearce (Damson Idris) y salvar al equipo APXGP del colapso.

Si la trama te suena familiar, es porque lo es. Es el arquetipo del drama deportivo: el veterano canoso que busca una última oportunidad de redención, el novato impulsivo que debe aprender a trabajar en equipo y la escudería desvalida que lucha contra gigantes. El guion de Ehren Kruger es efectivo, emocional y cumple con su cometido, pero carece por completo del riesgo y la innovación de su apartado técnico. Se siente como una historia escrita para no fallar, siguiendo un trazado tan predecible que rara vez sorprende. Los conflictos y las resoluciones llegan justo donde los esperas, restándole a la película la capacidad de ser tan trascendente en su narrativa como lo es en su ejecución.

 

BRAD PITT ES EL CORAZÓN NOSTÁLGICO DE LA FÓRMULA 1

A pesar de la previsibilidad del guion, el ancla emocional de la película es, sin duda, Brad Pitt. Su interpretación de Sonny Hayes es carismática, melancólica y profundamente humana. Pitt encarna a la perfección a un hombre perseguido por los fantasmas del pasado pero que redescubre su amor por la velocidad. Transmite con una mirada el peso de tres décadas de arrepentimiento y la adrenalina pura de volver a competir. A su lado, Damson Idris es el contrapunto perfecto, lleno de la energía y la frescura que su personaje necesita.

 

Javier Bardem en “F1” 2025

 

Javier Bardem aporta la gravedad y la clase que se espera de un actor de su calibre, aunque su personaje de dueño de equipo apasionado pero presionado no se aleja de los clichés del género. El resto del elenco, que incluye a Kerry Condon como la ingeniera jefa del equipo, cumple con solidez, pero sus roles se sienten más funcionales que profundamente desarrollados. Al final, es la dinámica entre el mentor reticente y el impetuoso aprendiz lo que impulsa el drama, y tanto Pitt como Idris lo hacen de maravilla.

 

UNA VICTORIA TÉCNICA, UN EMPATE NARRATIVO

F1 es un evento cinematográfico, una experiencia que demuestra el poder del cine para transportarnos a lugares imposibles. Es la película de carreras más inmersiva y espectacular jamás realizada, un logro que será estudiado durante años. Pero por otro lado, no puedo evitar desear que esa audacia técnica se hubiera reflejado en una historia más atrevida.

¿Vale la pena? Sí, sin la menor duda. Pero ve a verla por la experiencia, por sentir el vértigo de la velocidad como nunca antes. Ve a verla en la mejor sala posible para honrar el trabajo titánico que hay detrás de cada fotograma. Pero ajusta tus expectativas narrativas. No esperes una reinvención del drama deportivo, porque no la encontrarás. Es un podio indiscutible para el cine de espectáculo, aunque en la carrera por la originalidad dramática, se quede a mitad de parrilla.

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