ONE BATTLE AFTER ANOTHER. LA ÁCIDA SÁTIRA POLÍTICA DE PAUL THOMAS ANDERSON

"One Battle After Another". Dir. Paul Thomas Anderson

La llegada de una nueva película de Paul Thomas Anderson siempre es un evento. Con “One Battle After Another”, el director se adentra en un territorio cada vez más notable en las grandes producciones de Hollywood: la crítica mordaz al estado sociopolítico actual. En esta ocasión, Anderson utiliza el thriller como vehículo para una feroz sátira política. Basada en la novela Vineland de Thomas Pynchon, la película narra una crónica de vidas al límite: exrevolucionarios, una hija que hereda los restos de una guerra cultural y un antagonista uniformado cuya obsesión sexual y política cataliza el caos. La historia convoca a una galería de extremos —militantes, supremacistas de salón, burócratas enloquecidos—, balanceándose con maestría entre la caricatura y el retrato sociológico. El resultado es una obra que, bajo su apariencia de cine comercial, esconde el comentario social más afilado y relevante en la carrera del director.

A primera vista, la premisa es directa: Bob (Leonardo DiCaprio), un exrevolucionario de los años 70 que vive oculto, se ve forzado a salir de las sombras cuando su hija adolescente, Prairie (Chase Infiniti), es amenazada por un corrupto y poderoso agente federal interpretado por Sean Penn. Esta estructura de “padre protector” sirve como motor de la trama, generando secuencias de acción y suspenso filmadas con el pulso firme que caracteriza a Anderson.

 

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Sin embargo, pronto descubrimos que la trama de rescate es en realidad un caballo de Troya. Anderson no está tan interesado en la mecánica del thriller como en usarlo para explorar qué sucede cuando los ideales revolucionarios chocan con un sistema cínico y absorbente. Cada persecución y confrontación están cargadas de un subtexto que habla sobre la vigilancia estatal, la brutalidad institucional y la facilidad con la que los movimientos contraculturales son neutralizados o comercializados. La película te atrapa con la acción, pero te obliga a pensar con su trasfondo.

Anderson logra capturar la esencia de Vineland y la actualiza para una era definida por la polarización y las noticias falsas. La novela original reflexionaba sobre el legado fallido de la década de los 60; la película traslada esa sensación de derrota al presente. El personaje de DiCaprio no es un héroe de acción, sino un hombre agotado, un fantasma del idealismo perdido. Ahora, solo lucha por la supervivencia familiar, atrapado entre lo que alguna vez fue y encarcelado en sus vicios por el miedo a las consecuencias de sus actos pasados.

Lo más brillante es cómo la película retrata la corrupción no como el acto de un solo villano, sino como un sistema omnipresente y absurdo. El antagonista, interpretado por Sean Penn, no es malvado de una manera convencional, sino de una forma burocrática y patética que lo hace aún más aterrador. Es una figura tecnócrata, ávida de poder y control, capaz de llegar hasta las últimas consecuencias para lograr sus objetivos, con motivaciones que responden a los anhelos más inhumanos y moralmente cuestionables. Lo más pavoroso es que, al mismo tiempo, la película nos muestra sus sutiles rasgos de humanidad. Con esto, el director nos transmite que estas monstruosidades son cometidas por nuestros semejantes, por aquellos que detentan el poder. La película sugiere que la verdadera amenaza no son los monstruos, sino las instituciones que han perdido el rumbo, una idea que resuena con una fuerza innegable en el clima político actual, y no solo en Estados Unidos.

 

Sean Penn como “Lockjaw”. “One Battle After Another”. Dir. Paul Thomas Anderson

 

El personaje de Lockjaw funciona porque es risible y, por lo mismo, verosímil. La película entiende que el autoritarismo pop se vende como meme antes que como programa. El uniforme de “hombre de orden” y su torpeza social vestida de etiqueta (una vez más, el vestuario como narrativa) dibujan la patología del poder contemporáneo: necesita aplausos, no obediencia.

Por su parte, Sean Penn y Benicio del Toro encarnan dos caras opuestas del sistema: el poder corrupto y la resistencia silenciosa. Pero son los personajes femeninos, interpretados por Regina Hall y Teyana Taylor, quienes a menudo roban la escena, representando una nueva generación de lucha, más pragmática y compleja. Funcionan como una metáfora sobre los errores del pasado y las oportunidades del futuro: una madre perdida en el idealismo radical de una revolución perpetua y una hija que elige continuarla bajo sus propios términos.

 

Benicio Del Toro en “One Battle After Another”. Dir. Paul Thomas Anderson

 

La película es, fundamentalmente, sobre la resistencia como acto permanente. El título mismo es una declaración: no se trata de una batalla definitiva, sino de una sucesión infinita de confrontaciones. Anderson nos dice algo profundo sobre la naturaleza del cambio social: no hay un momento climático donde todo se resuelve, sino un compromiso continuo. Pero hay capas más profundas. “One Battle After Another” es también una película sobre el borrado histórico. Sin entrar en spoilers, Anderson construye una narrativa donde el verdadero conflicto no es solo físico sino epistemológico: ¿quién controla la historia que contamos sobre nosotros mismos? La película argumenta que existe un esfuerzo sistemático por parte del poder para convertir la verdad en mitología y viceversa, para controlar no solo el presente, sino también la narrativa del pasado.

El racismo y la xenofobia no son meros elementos de contexto; son el motor ideológico de los antagonistas. Lockjaw y su grupo de supremacistas, los Christmas Adventurers Club, operan bajo la convicción de que salvan al mundo manteniendo la “pureza” racial. Anderson filma sus reuniones secretas en hoteles exclusivos con una frialdad documental que las hace aún más escalofriantes. No son caricaturas de villanos; son presentados como lo que son: individuos con poder institucional que creen genuinamente en su causa repugnante.

Las secuencias de redadas militares, de familias separadas y de la violencia burocrática del sistema de deportación, filmadas en 2024, resuenan con una precisión inquietante en 2025. La película no moraliza ni predica; simplemente muestra. Y al mostrar, toma partido. Cuando el personaje de Del Toro describe su operación como “una situación tipo Harriet Tubman latina”, la película deja claro de qué lado de la historia quiere estar.

 

“One Battle After Another”. Dir. Paul Thomas Anderson

 

Quizás el mensaje más poderoso de la película es su humanismo obstinado. En una época donde el cine político se inclina hacia el cinismo, Anderson hace algo radical: ofrece optimismo sin ingenuidad. La relación entre Bob y Prairie es el ancla emocional y funciona porque las grandes luchas políticas también son profundamente personales. Bob no pelea por ideales abstractos; pelea por su hija, por su derecho a existir y a elegir su propio camino.

La resistencia se muestra no como un acto heroico extraordinario, sino como una serie de decisiones ordinarias de no rendirse. La película no idealiza a los revolucionarios —el grupo French 75 cometió errores y tuvo informantes en sus filas—, pero tampoco los condena. Los muestra como individuos cuyas decisiones de vida los alcanzan en un punto donde deben elegir si su lucha está por encima de los lazos construidos fuera de ella. La historia existe en un espacio moralmente complejo, reconociendo que la lucha contra la opresión no ofrece respuestas fáciles ni victorias limpias. No hay lucha que no esté forjada sobre pérdidas, y Anderson no teme representar esto con una claridad implacable.

“One Battle After Another” es una película sobre el agotamiento que, irónicamente, se siente agotadora durante su segundo acto. Mientras se hilan las historias posrevolución, Anderson se toma su tiempo para mostrarnos el nuevo rumbo en la vida de los protagonistas, solo para que todo les sea arrebatado en cuestión de horas. Después de “Eddington”, lo que formula Anderson parece un acercamiento más certero y realista a las problemáticas de nuestra sociedad: las crisis, los abusos de poder y, sobre todo, la inmigración y el perfilamiento racial, temas que muchos ignoramos voluntariamente mientras las decisiones políticas se acercan peligrosamente a dictaduras en países que presumen de ser “libres”.

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